En 1919,
Wilson viajó a Europa para redactar el tratado de paz. Fue acogido por
muchedumbres jubilosas en las capitales de los países aliados, pero la
bienvenida se agrió cuando las negociaciones comenzaron en Versalles. Pese a las protestas de Wilson, los aliados impusieron sanciones aplastantes a Alemania y se repartieron sus colonias. Wilson logró establecer la Sociedad de Naciones,
pero muchos estadounidenses temían que dicha organización mundial
arrastrara a Estados Unidos a otra guerra extranjera. Un grupo de
senadores republicanos impuso restricciones al Tratado de Versalles: aceptarían la Liga de Naciones sólo con el entendimiento de que el Congreso, no la Liga, retendría el control de las fuerzas armadas estadounidenses. Inglaterra y Francia no objetaron esa restricción, pero Wilson porfiadamente se negó a modificar el tratado.
El Presidente y el Congreso no lograron superar su desacuerdo respecto a
esta cuestión. Estados Unidos nunca ratificó el Tratado de Versalles ni
pasó a formar parte de la Liga de Naciones.
La mayoría de los estadounidenses no lamentaron el fracaso del
tratado, ya que se habían desilusionado con los resultados de la guerra.
Después de 1920, Estados Unidos volvió la mirada hacia adentro y se retiró de los asuntos europeos.
El 24 de octubre de 1929, el denominado «Jueves Negro», una oleada de ventas de acciones provocada por el pánico originó un crack en la Bolsa de Valores de Nueva York. Una vez iniciado, el derrumbe en los precios de las acciones y de otros valores no pudo detenerse. Para 1932, miles de bancos y más de 100.000 sociedades mercantiles habían quebrado.
La producción industrial se redujo a la mitad, el ingreso agrícola
decayó en más del 50%, los salarios bajaron un 60%, la inversión nueva
se redujo un 90%, y uno de cada cuatro trabajadores estaba desempleado.
En 1933 asume la presidencia, el demócrata Franklin D. Roosevelt, quien salvaría al país de la quiebra económica.
En septiembre de 1939 la Segunda Guerra Mundial estalló en Europa. Roosevelt anunció que Estados Unidos sería neutral, mas no indiferente.
En el Extremo Oriente las fuerzas japonesas habían invadido Manchuria (1931), China (1937) e Indochina francesa (julio de 1941). Roosevelt respondió a esta agresión prohibiendo las exportaciones de chatarra, acero y petróleo a Japón y congelando los créditos japoneses en Estados Unidos.
Para noviembre de 1941
los planificadores militares de Estados Unidos se preparaban para un
asalto japonés, pero esperaban un ataque al sur, hacia las Indias
Orientales Holandesas (actual Indonesia) ricas en petróleo. En vez de ello, bombarderos japoneses estacionados en seis portaaviones de una flota atacaron la base naval de Pearl Harbor en Hawái.
El sorpresivo ataque hundió o averió ocho barcos de guerra y destruyó
casi 200 aviones. Estados Unidos inmediatamente declaró la guerra a
Japón. Cuatro días después Alemania e Italia, aliadas de Japón, declararon la guerra a Estados Unidos.
A lo largo de los tres años siguientes las fuerzas de Estados Unidos avanzaron hacia Japón «saltando entre islas», es decir, tomando algunas islas estratégicas en el Pacífico y pasando por alto otras. Una fuerza aliada bajo el mando del general Joseph W. Stillwell ayudó a los chinos, y las tropas comandadas por el general Douglas MacArthur regresaron a las Filipinas en octubre de 1944. La isla de Iwo Jima, en el Pacífico central, cayó en manos de Estados Unidos en marzo, y Okinawa en junio de 1945. Desde estas dos islas los bombarderos B-29 lanzaron ataques devastadores contra las ciudades japonesas.
Las fuerzas estadounidenses se prepararon en seguida para invadir las islas japonesas. Con la esperanza de llevar la guerra a un rápido fin, el presidente Harry Truman ordenó usar la bomba atómica contra Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto). Japón se rindió el 14 de agosto. Casi 200.000 civiles murieron en los ataques nucleares.
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